Por un lado algunos piensan que cuanto más se parezcan los cónyuges, mejor irá
el matrimonio.
Del otro lado otros son los partidarios del contraste, cuando sostienen que los
polos opuestos se atraen.
Se asocia la armonía conyugal o la adaptación perfecta a la identidad de los
caracteres. Al principio el enamorado o la enamorada se comportan como si
estuvieran ciegos, en una situación de fascinación. Luego, en el momento de dar
continuidad al sentimiento o de cortarlo, intervienen la inteligencia y la
voluntad, es decir, la libertad personal.
Poner la voluntad para superar barreras que pueda levantar el amor propio,
cuando ese amor propio se hiera demasiado por las dificultades de caracteres con
el cónyuge, es un signo de madurez y sabiduría.
Hay que saber que se quiere, amar y ser amado, ser y hacer feliz.
Saber que medios adecuados y legítimos se han de poner para conseguir ese fin.
Saber que no se puede ser egoísta. Qué no puede prevalecer un carácter sobre el
del otro cónyuge, qué debería aprender él, qué les falta a los dos, cómo
ayudarse mutuamente a conseguir eso que les falta
No se puede tener la rigidez de creer que "no hay nada que hacer, porque es así,
o yo soy así".
EL ROL DE LA EMOTIVIDAD
La emotividad equivale a la afectividad. Significa la capacidad de afectarse
ante un suceso. Si se altera excesivamente, se dirá que es emotivo. Si se queda
frío, sereno, y actúa ante el suceso, se dice que es poco emotivo. Pero no hay
nadie sin emotividad.
La relación conyugal, por estar vinculada al enamoramiento inicial y al amor, es
especialmente sensible al tema de la emotividad.
Si se toma como medida la emotividad pueden aparecer los problemas.
El esposo o la esposa pueden tener cualidades estupendas, como el equilibrio, la
organización y la eficacia.
Por esta razón hay organización y eficacia en el cuidado de la casa, o en la
preparación de las actividades. En la intimidad familiar, y es más fácil
descubrir en ellas el motivo afectivo que en las actividades que se hacen fuera
del hogar, y que hacen recaer a veces sobre quienes las realizan el reproche de
falta de amor, o de falta de sensibilidad.
Tanto uno como el otro deben recordar que muchas veces hay que ceder, pero ceder
por ambas partes en aras de la mejor felicidad conyugal.
Cuanto más conocemos al otro, más cualidades descubrimos en él, pero también más
defectos. Nos damos cuenta, también, de que se trata de un compromiso
definitivo. Tenemos tendencia a imaginarnos al hombre o a la mujer ideal.
Muchas veces, en lugar de aceptar al otro tal como es o aprender a conocerlo,
buscamos el ideal que nos hemos imaginado en esa pareja. Para darse cuenta de
que se está hecho el uno para el otro hay que darse tiempo para conocerse bien:
compartir lo más profundo de nuestro corazón, aceptar que el otro sea diferente,
etc.
También hay que saber que deberán ser capaces de superar la rutina de la vida
cotidiana.
Que podrán afrontar juntos los grandes problemas de la vida.
Que se amarán lo suficiente para soportar los defectos de ambos.
Sólo entonces la elección de nuestra pareja, que supone un compromiso total y
definitivo, se realizará con la confianza y esperanza necesaria.
No se puede dar el paso del matrimonio por razones del tipo: “yo quería casarme
a toda costa y tener hijos”, “todo se arreglará una vez casados”, “le gustaba a
mis padres”, etc. No se debe ceder ante la presión social y familiar, se debe
superar la tendencia a idealizar al otro, a convertirlo en un sueño y no
sucumbir a la dependencia sexual que se crea rápidamente.
El matrimonio es punto de partida para la vida en pareja, es también el mar
donde desembocan los ríos de las vidas de cada uno de ambos enamorados
Y en ese camino se darán cuenta de si están hechos el uno para el otro.
“Ten tus ojos bien abiertos antes del matrimonio; y medio cerrados después de
el” dijo Benjamin Flanklin
