EL HIJO DEL MEDIO

 


 




 

Ya sea varón o niña el siente que sólo recibe la mitad del cariño de sus padres, quienes vibran con los logros del primogénito y las gracias del hermano menor.
Sin embargo es justamente al del medio que los padres le exigen mucho más y al que cuidan mucho más.
No hay padre que no ame a su segundo hijo y su nacimiento logra un momento vital maravilloso, lleno de planes y sueños con respecto al mayor.
Esto hace que ambos actúen ansiosos, lo presionan para que hable y camine lo antes posible, lo retan y al segundo siguiente lo abrazan.
Si frecuentemente se exagera con el primer hijo éste carga con todas las expectativas familiares, asumiendo que debe cumplir bien su rol.
Por eso, los hijos mayores son responsables, meticulosos, sobre-exigidos y autoexigentes.
En cambio a los del medio las madres muchas veces confiesan tratarlos con actitud de sobreprotectora. Es decir, lo regalonean y no le exigen. En efecto, cuando llega un hijo luego del primero, la mamá ya no está apurada en sacarle los pañales, en que hable o camine.
Sabe que eso ocurrirá de todas formas, porque todos los niños hablan y caminan algún día Así, con padres menos ansiosos y más consistentes, pues ya han aprendido, ese hijo crece lleno de afecto y en un ambiente de libertad, sintiendo el amor incondicional de sus papás, seguro de sí mismo.
En este contexto se inserta el hijo/a del medio. Su realidad varía notoriamente de acuerdo a las circunstancias. Imaginemos esta situación: el hermano mayor es hombre, ella es mujer, y el que le sigue es varón. El mayor seguirá llamando más la atención del papá y los abuelos, y la mamá se volcará al más pequeño de la familia. El segundo entonces optará por competir con el mayor. Querrá jugar tenis como él y querrá superarlo, objetivo que difícilmente logrará, puesto que no tiene la madurez ni la edad para eso. Se sentirá disminuido porque siempre habrá otro que hará las cosas mejor que él. Por ejemplo, si quiere tomar el papel de hermano mayor respecto de los chicos tampoco le resultará con propiedad, ya que el mayor tiene ese rol por derecho propio.
Por otro lado, la actitud del niño del medio con el menor, será la de hacerse el bebé. Sin conseguirlo tampoco.
Pero en familias muy sobreprotectoras o muy ansiosas, ser el segundo puede constituir un alivio. Mientras el mayor y el menor concentran expectativas y aprensiones, el del medio crece más libre y no está en el ojo avizor de los padres. Esto será bueno, siempre y cuando la actitud no sea percibida por el niño como abandono o falta de preocupación hacia él. Porque hay que tener presente que un niño es sándwich si no logra hacerse un espacio propio como individuo diferente a sus hermanos.
Cuando las familias resuelven mal esta situación el niño del medio derivará en actitudes de proteger o tener y celos hacia sus hermanos. El asunto pasa a tener ribetes patológicos si ese hijo tiene problemas para relacionarse con sus hermanos y sus amigos del colegio.
Para resolverlo hay que otorgándole un afecto incondicional. Aún más si presenta algún problema de aprendizaje. Dedicándole tiempo. Así se lo conocerá y se lo podrá potenciar en sus talentos. Dándole alguna tarea específica en el hogar en la que se sienta cómodo. Con responsabilidades, el niño tendrá un lugar en su casa. Se sentirá participando e importante. Nunca sobrevalorar la capacidad afectiva del niño para arreglárselas solo. Efectivamente el entiende intelectualmente, pero no significa que comprenda emocionalmente. Por eso es un error hacer crecer a los niños de golpe porque llegó otro hermano, sacarle los pañales o mandarlo al colegio.
La transición debe ser gradual. Hacer que los hijos formen equipos. Evitar hacerlos competir y por el contrario que aprendan a ayudarse. Definir a los niños por lo bueno que hacen. Reforzar con palabras y a veces premios, les ayudará a construir una buena autoestima. Al contrario, si los padres se centran en los defectos estos se agrandarán.
Tener la apertura de aceptar niños diferentes. Aceptar los dotes particulares del niño del medio, ayudándole a crecer. Lo óptimo es que ese hijo tenga buena expresión afectiva, que saque para afuera sus sentimientos. En caso contrario, si es tímido, retraído o simplemente es el niño que nunca da problemas porque es muy adaptable, dócil y tranquilo, hay que poner mucho cuidado. Generalmente el torbellino lo lleva por dentro, se traga todo y crea así una personalidad condescendiente, de baja autoestima.
Los padres son el factor determinante. Unos padres con mayor capacidad de acogida, tendrán hijos con menor sensación de haber sido desplazados y por lo tanto niños sándwiches normales. En otras palabras, el número de hijos no es determinante, sino el cómo se los acoge, se los tolera y se los acepta. El niño del medio se define por el grado de capacidad de los padres de aceptar e incentivar los talentos particulares de sus hijos. Eso implica ser capaz de conocer a cada uno, diferenciarlos y nunca compararlos.
Hay que tener especial cuidado con los hijos del medio que sus padres califican de ideales, porque jamás dan problemas. Muchas veces esa actitud oculta una procesión que va por dentro. Puede que ese niño sienta que no tiene posibilidad de conseguir algo para sí y se posterga. Aunque al segundo le haya nacido un hermano menor, él sigue siendo niño. Por lo tanto no hay que presionarlo para que deje el biberón, el chupete y los pañales sólo para aliviarse la tarea doméstica.
Un niño puede entender intelectualmente que su madre está más ocupada con el bebé, pero no afectivamente. No hay que abusar de su capacidad de comprensión.
Hay que evitar que el hermano mayor humille al menor, descalificándole o burlándose de él. El mayor debe saber que su hermano cuenta con sus padres y éste, el del medio, confiar en que el mayor no tiene privilegios en este sentido.
Dejarlo que se exprese, aunque sea con llantos. Luego converse tranquilamente con él, asegurándole en palabras acordes a su edad que tiene su espacio y amor incondicional.
Va a depender de las edades de los hermanos, de los padres, del sexo de los hijos, de cómo sus progenitores lo acogen, de quién lo cuida, de la relación con sus pares, etc.
Otorgarle al niño un afecto incondicional. Aún más si presenta algún problema de aprendizaje. Dedicarle tiempo. Así se lo conocerá y se lo podrá potenciar en sus talentos. Darle alguna tarea específica en el hogar en la que se sienta cómodo. Con responsabilidades, el niño tendrá un lugar en su casa. Se sentirá participando e importante.
Las características del hijo del medio son mucho más difíciles de generalizar. Su personalidad puede ser afectada por el primogénito, y por lo general es opuesta a la de éste. Típicamente, el hijo del medio encuentra reconocimiento y aceptación fuera de su propia familia. Puede aparecer la competencia. Dentro del orden de nacimiento, el hijo del medio es conocido como el más reservado. El rol del resto de la familia es fundamental a la hora de enfrentarse a un niño que presenta estas características. La tarea de los padres es instarlo a participar en las decisiones del hogar. Pedirle su opinión y destacar sus logros va a servir para que se sienta tan querido y único como el resto de sus hermanos.
"Los hijos del medio, en general, tienden a establecer más relaciones externas a la familia; son más independientes. Son siempre los que andan de paseo, los que están invitados a algún lugar: buscan afuera una posición más sobresaliente".La gran ventaja de no estar siempre en la mira de los padres es que estos niños tienen mayor libertad para desarrollarse y explorar el mundo.
La competencia entre los hermanos puede ser bien llevada por los padres, en la medida en que ellos sean justos, y puede transformarse en espíritu de superación.
Pero los papás deben tener cuidado al tratar de mediar en las peleas, para no favorecer a un hijo sobre los demás. Si las rivalidades no se resuelven de manera sana, los hijos pueden quedar enfrascados en una competencia permanente con los hermanos, que continúa en la vida adulta.
La agresión, la solidaridad, la rivalidad, los celos se aprenden tempranamente. Por eso es importante que los padres traten de ser lo más equilibrados posible con sus recursos, su tiempo y su energía.
Sin embargo, ser justos no significa darles a todos lo mismo. Hay que reconocer que cada hijo es distinto: destacar sus fortalezas y apoyarlo en sus debilidades, en vez de compararlo con los otros. Darle a cada uno lo que necesita, eso es lo justo.

Marta Moreno©





 

 

 

 

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