Cuantas veces se cree que las causas de nuestros problemas están en los
otros? Miles.
Si va mal el matrimonio, se acusa al esposo, a la esposa, a los suegros, o
a los hijos.
Si el mal humor domina, siempre se señala a un culpable fuera de uno
mismo.
No siempre nos damos cuenta de que podríamos dar un vuelco radical a
muchos problemas si nos mirásemos en un espejo.
Tras una discusión familiar, hay que mirarse en ese espejo y preguntarse:
¿Soy culpable del problema? ¿Cómo puedo actuar para lograr una solución?
¿No puedo cambiar mi actitud ante este problema? ¿Hay algo que dependa de
mí y que me permita salvar mi matrimonio que quiero, de verdad, constante
y limpio?
Es muy cómodo hacer cualquier cosa que distraiga nuestra propia
consciencia y acusar siempre a la esposa o al esposo. No es difícil pensar
sinceramente, si no hay algo que dependa de ti mismo y que pueda mejorar
las cosas o, hacer más llevadero un conflicto.
Muchos matrimonios fracasan precisamente porque se espera que la otra
parte cambie. La suegra o el suegro “deben” portarse bien. El esposo
“debe” llegar a tiempo al hogar. La esposa “debe” gastar menos, cocinar
mejor o tener más limpia la casa. Los niños “deben” estarse quietos todo
el día en su cuarto y portarse bien.
No todos ciertamente, tienen “madera de héroes”. Hay situaciones que son
insoportables. Pero otras se podrían arreglar con un poco de buena
voluntad, una palabra a tiempo para aclarar la situación.
Es hermoso ver a parejas que no sólo han sobrellevado un problema grave
(como no tener hijos, o tener un hijo con discapacidad, o sufrir por culpa
de un familiar realmente insoportable), sino que han sabido salir airosas
y han crecido en el amor.
Otros, en cambio, han fracasado, simplemente porque acusaron completamente
a la otra parte y sólo pensaron en sí mismos como víctimas.
Y las soluciones, aunque cuesten, se pueden encontrar con un poco de
ingenio y mucho amor.