Es un hecho notorio la reciente y creciente inestabilidad o ausencia del
matrimonio, lo que influye enormemente en relaciones familiares.
El predominio de situaciones que se pueden llamar normales -de familias
compuestas de un padre y una madre con hijos de ambos- es alentador.
Pero las “excepciones” son tantas que la crisis es evidente y sus
consecuencias graves. En estos últimos decenios ha aparecido un factor
nuevo que modifica esta situación: el aumento de la longevidad, gracias a
lo cual los niños y jóvenes tienen abuelos en una proporción desconocida
en tiempos pasados. Yo no he tenido abuelos. Vi una sola vez, recién
cumplidos los dos años, a mi abuela paterna, y guardo un recuerdo
sorprendente, vivo y preciso de ese fugaz encuentro. Esto es todo.
Los abuelos, aquellos que llegaban a tener relación con sus nietos, eran
casi siempre “viejos”. Ahora no lo son; llegan a esas relaciones en buen
estado, vivas y despiertas. Con gran frecuencia duran mucho, es decir,
conviven con los nietos no sólo en la infancia, sino ya entrada la
juventud y aún en los comienzos de la madurez. Esto es algo nuevo, nunca
existente y puede alterar la configuración de la vida humana.
Cuando tuve la primera nieta alguien me preguntó si se quería a los nietos
como a los hijos. Yo respondí que no, y no porque no fuese hija mía, sino
porque no lo era de mi mujer. Con el tiempo conviví tanto con ella y
llegué a quererla tanto como a mis hijos, aunque con un matiz diferente.
No creo demasiado en los genes más allá de su función estricta, es decir,
la transmisión de los caracteres genéticos. En lo que se refiere a la vida
personal -que es lo que verdaderamente importa- el papel de la vocación y
la libertad es lo decisivo; he tenido demasiadas decepciones al considerar
las descendencias que parecían “probables” para no reducir lo genético a
sus límites propios. En cambio, le doy gran importancia a la convivencia,
al trato y al influjo personal. Es evidente que la relación entre padres e
hijos está expuesta a muchas cosas inquietantes. No sólo las rupturas
matrimoniales o la ausencia de matrimonio, también los trueques y
reajustes, las familias resultantes de diversas uniones con hijos de
varias procedencias. Incluso en condiciones normales, que son las más, hay
falta de tiempo, de comidas en común, de conversación, de contar y recibir
cosas, experiencias y modos de hablar. Se está produciendo una
“desamortización” del pasado reciente, cuyas consecuencias ya se
advierten. Y aquí intervienen los abuelos. Vienen del pasado, pero están
en el presente y en muchos casos tienen porvenir. Los abuelos tratan con
sus nietos “desde” un nivel cronológico pretérito, pero están instalados
en el presente y miran hacia el futuro. Su papel involuntario es
restablecer la continuidad histórica, hacer que el presente de los nietos
tenga mayor “espesor” que el de las personas anteriores a esta situación
de longevidad lúcida. Han vivido en tiempos que se van alejando. Han
asistido a sucesos que se han olvidado o que muchos se dedican a deformar
y falsificar. Es posible que los abuelos también lo hagan por error o con
mala voluntad, pero en todo caso aportan una instancia diferente y es
probable que se sientan obligados a la veracidad para con sus nietos. Un
aspecto de singular importancia es el lingüístico. Me preocupan las
variaciones del léxico, la sintaxis y hasta la fonética. Hay palabras que
no se usan o giros de la lengua que eran usuales y han dejado de serlo.
Procuro averiguar a qué niveles de edad afectan esos cambios. Los abuelos
ponen ante los oídos y la mente de sus nietos la lengua viva de hace algún
tiempo, que ha empezado a estar en desuso, sustituida por otras
expresiones -por lo general empobrecida-, no lo olvidemos. Hay un hecho
notorio y es que los campesinos -los que quedan y no están demasiado
afectados por la televisión- hablan mejor que los semicultos urbanos
nutridos de los medios de comunicación más que de conversaciones. Esto
sorprende a los que oyen hablar a personas sencillas de Hispanoamérica,
más próximas a la convivencia efectiva y directa. Sería interesante
indagar el nivel lingüístico de los jóvenes según su trato con los
abuelos. Pero queda el otro lado de la cuestión: los nietos mismos.
Interviene decisivamente el azar en la existencia de abuelos y la relación
efectiva con ellos. Pero hay algo de mayor alcance: la actitud de los
nietos. Ante todo, el grado de “interés” por los abuelos: ¿los tienen en
cuenta?, ¿esperan algo de ellos?, ¿sienten curiosidad, estimación, desdén,
indiferencia?. La relación afectiva con ellos puede presentar enormes
diferencias. Y en ello se interponen los padres, que tienen con los suyos
una relación llena de diferencias y matices. Los padres presentan a los
abuelos a una luz determinada, que condiciona la visión de los nietos. Y,
para no simplificar demasiado las cosas, los padres son dos, uno que es
hijo o hija, otro que es yerno o nuera, lo que añade nuevos matices. A
última hora, lo que cuenta es la actitud personal del nieto, su capacidad
de curiosidad, recepción y afecto. Y, por supuesto, el horizonte en que se
mueve. Quiero decir lo que de verdad le importa. He hablado de lo que el
abuelo cuenta, de cómo habla y de su uso de la lengua. Pero no es esto lo
más importante. Lo que podría servir al nieto es quién es. El tipo de
hombre o de mujer que es “de otro tiempo” pero también de éste. Cuando el
viejo dice “en mi tiempo” a veces olvida que también lo es el día que
señala el calendario. Ante el abuelo, el nieto hace la experiencia
inmediata de la historia. Asiste a la variación mínima y accesible de unos
cuantos decenios. Si lo percibiera adecuadamente, recibiría un
enriquecimiento que le permitiría comprender nada menos que la
historicidad de la vida humana, que va a condicionar la suya.
Y todavía hay algo más. Hay abuelo y abuela, varón y mujer. Presentan ante
los ojos del nieto y la nieta dos formas de instalación sexuada, de vida
humana personal, fácilmente comprensibles, pero que no son iguales a las
de sus padres ni a las que van a realizar ellos mismos después.
Veo en la persistencia de los abuelos, que no se deciden a morir demasiado
pronto, una posibilidad para los nietos, con la única condición de que
tengan la generosidad de aprovecharla.